Juan Manuel Echavarría

La María

Relatos de Isa, Silvia, Melitza, Rossana, Clemencia, Pilar y Diana, siete mujeres secuestradas por el ELN (Ejército de Liberación Nacional) en la iglesia de La María, Cali, Colombia el 30 de mayo de 1999.

Rossana: Fuimos a misa como todos los domingos lo hacíamos, con mi esposo, a las 10:00 a.m. a la iglesia la María. Allí inclusive llegamos un poquito tarde, nos hicimos en el sitio que siempre nos hacíamos, por lo general casi siempre uno tiene un mismo sitio donde se hace. Estando en el momento de la elevación, eso nos llamó la atención después, empezamos a ver que llegaban unos camiones con personas vestidas de militares. En ese momento estábamos convencidos que eran militares, y que de pronto iban a hacer un allanamiento a la iglesia. Rodearon toda la iglesia y uno de los guerrilleros se fue por detrás del sacerdote y le dijo algo al oído. Entonces escuchamos que el sacerdote dice: “El señor me acaba de decir que hay una bomba, por favor desalojen pronto la iglesia.”

Isa: Al principio, los primeros diez días, era el conocernos, y era el cederle el espacio a los demás. Todos tratamos de hacer eso. Pero cuando ya se pierde ese tiempo de de conocerse, cuando ya pensamos que nos conocemos,cada quién empieza a hacer y comportarse como realmente es. Entonces empezamos a tener la guerra por los espacios. Nosotros dormíamos once personas, posiblemente en algo que podía ser cinco metros de largo, sobre el piso. Y entonces, cuando uno se da cuenta que es imposible dormir, siquiera adquiriendo una posición fetal, que la única posición era dormir estirado, cualquier espacio en medio de la noche es vital, para uno cambiar un poquito de posición. Entonces es ahí donde uno empieza a ver que el vecino no quiere ceder y que el vecino conquistó cinco centímetros en la cama, o si eso se puede llamar cama, en el piso, y entonces esa guerra por la convivencia se hace muy difícil. Llegó un momento en que esas diferencias nos condujeron a una situación insostenible.

Caja de cassette / Cassette box

2000

102x76 cm / 40x30 in

Fujiflex print

Rossana: Empezamos a recolectar el primer insecto y pues conseguimos una cajita y empezamos a montar los insectos allí, con las técnicas que yo había aprendido en entomología. La caja era una caja de cassette con una cinta de enrollar. Y con una aguja que encontré yo trataba de abrirle las paticas, las alitas; le mostré a Melitza como se hacía.

Estuche / Case

2000

102x76 cm / 40x30 in

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Isa: En ese sitio del Pacífico donde estábamos, la maravilla es el colorido que tienen los insectos. Había unos que les llamamos las semillitas, que eran como unas cucarachas, pero alargadas, que se doblaban y saltaban, y esas semillitas tenían color rojo, amarillo y negro. Había unas que levantaban las alitas y volaban y parecían helicópteros, iridiscentes, de un colorido precioso.v

Cajas de cassette / Cassette boxes

2000

102x76 cm / 40x30 in

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Isa: Estábamos muy arriba en la montaña, y hacía mucho frío, y oigo en el radio a un hermano mío que me empezó a hablar muy poéticamente de las mariposas Yo estaba descalza y llegó una mariposa amarilla con los bordes rojos y se me paró en el pie. Y después, cuando tallamos las piedras, yo le tallé a mí hermano una mariposa en la piedra.

Mariposas / Butterfly

2000

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Piedra / Stone

2000

25x20 cm / 10x8 in

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Rossana: Con la naturaleza pasaron muchas cosas. Yo recuerdo que para mí la alegría más grande era cuando llegábamos a tomar agua, en cada cascada que yo llegaba, en cada río, tomaba agua. Siempre. Y yo me decía, mira Padre amado, si tú me pones esta agua aquí, es por algo y yo la voy a beber para que tú me des fuerzas. Nunca sabíamos cuanto ibamos a tardar en encontrar agua otra vez y de verdad había momentos en que pasaban cuatro horas y no encontrábamos agua. Pero en las cascadas era religioso parar, mirarla, echarnos agua, beber y continuar.

Piedras / Stone

2000

25x20 cm / 10x8 in

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Olla / Eating bowl

2000

76x102 cm / 30x40 in

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Relatos

Isa: Era una noche muy oscura, la luna ya nos había abandonado. Caminamos y caminamos, subimos mucho y yo me acuerdo que delante mio iba Oscar Julián y yo lo único que veía de él era una bolsa plástica con algo blanco que traía dentro y el destello era lo que a mi me guiaba.

Silvia: Para las que iban con shorts era muy difícil porque el frío desde el momento que nos llevaron se sentía mucho. Caminamos por un camino de pura piedra, donde uno se estropeaba los pies y los dedos, y más ellas que andaban en sandalias con sus pies descubiertos. A muchas se nos cayeron las uñas de los pies.

Rossana: Lunes 28 de junio, 30 días, hemos escuchado la radio y aun no sabemos de nuestras cartas, hoy amaneció lloviendo, no quisiéramos movernos de nuestro cambuche y esto hace más triste nuestra estadía. Nos están saliendo unas ronchas en las manos, parece carranchil. En las noches nos pica mucho, en la tarde escuchamos que nuestros compañeros enviaron cartas de supervivencia… Nos alegró mucho saber de ellos… parece que están en el frío.

Silva: Los hombres lloraban igual que las mujeres. Muchos buscaban un sitio para hacerlo, para desahogarse totalmente. En otras ocasiones pues llorábamos todos. Con el programa de la radio todos llorábamos escuchando los mensajes hasta así no fueran para nosotros, pero a todos nos llegaban los mensajes y ahí era cuando sentíamos el llanto de todos.

Clemencia: A veces les pedíamos el favor a los guerrilleros que sí les podíamos ayudar en la cocina a preparar los alimentos. Las pocas veces que ellos nos llevaban algunas verduras y no sabían utilizarlas, nosotros les enseñabamos como se debían utilizar las verduras, como se debían conservar, como se debían lavar, cocinar.

Silva: Ese día del secuestro yo iba vestida como nunca me había vestido. Iba de pantalón largo, de camiseta, de zapatos cerrados y de medias; y yo nunca me visto así, yo siempre estoy de falda y sandalias, y ese día miré el closet, y saqué eso sin saber que esa era la ropa adecuada para donde yo iba.

Rossana: Fuimos a misa como todos los domingos lo hacíamos, con mi esposo, a las 10:00 a.m. a la iglesia la María. Allí inclusive llegamos un poquito tarde, nos hicimos en el sitio que siempre nos hacíamos, por lo general casi siempre uno tiene un mismo sitio donde se hace. Estando en el momento de la elevación, eso nos llamó la atención después, empezamos a ver que llegaban unos camiones con personas vestidas de militares. En ese momento estábamos convencidos que eran militares, y que de pronto iban a hacer un allanamiento a la iglesia. Rodearon toda la iglesia y uno de los guerrilleros se fue por detrás del sacerdote y le dijo algo al oído. Entonces escuchamos que el sacerdote dice: “El señor me acaba de decir que hay una bomba, por favor desalojen pronto la iglesia.”

Melitza: Nos suben, eso fue muy angustiante, porque ellos querían que eso sucediera en segundos, y éramos demasiadas personas éramos más o menos 150 o más personas que había con niños, con ancianos, con personas obesas. Entonces ese momento fue muy, como muy tormentoso, porque uno tenía miedo, uno no sabia que hacer…

Silvia: Yo estuve secuestrada 165 días, los 165 días más largos de mi vida y los más tristes.

Clemencia: Llegamos a sitios donde había mucho barro, de tal forma que casi nos llegaba a la cintura. Y llegar de noche
después de haber caminado por todo ese lodo que se nos metía en las botas, y tener que llegar tan incómodas a un sitio donde no había en ese momento dónde bañarnos y limpiarnos ese barro tan espantoso, era para mí tan duro, tan tenaz, que a veces lloraba y me deprimía terriblemente. Pero con el correr del tiempo decidí que si yo no me quería a mí misma, si seguía en esas depresiones, no iba a llegar nunca a nada. Entonces decidí pensar que ese barro y toda esa cosa por
la cual estaba pasando, era parte de la naturaleza. Y decidí que ese barro que tanto odiaba era ya parte de mi vida, y
empecé a quererlo, a amarlo, de tal forma que llegó el momento en que me olvidé del barro, ya convivía con el, y con las incomodidades del tiempo, del clima y de todo. Empecé a adaptarme de tal forma que amaba todo lo que estaba a mi alrededor, y en ese estado me demoré tres meses.

Isa: En ese sitio del Pacífico donde estábamos, la maravilla es el colorido que tienen los insectos. Había unos que les llamamos las semillitas, que eran como unas cucarachas, pero alargadas, que se doblaban y saltaban, y esas semillitas tenían color rojo, amarillo y negro. Había unas que levantaban las alitas y volaban y parecían helicópteros, iridiscentes, de un colorido precioso.

Melitza: Cuando salía el sol yo empecé a ver una cantidad de insectos de unos colores, y de unas formas tan hermosas…

Isa: Había mariquitas de todos los colores, había mariquitas rojas. mariquitas azules, amarillas.

Melitza: Empecé a recordar a mí niño, Esteban; a Esteban le encantan los insectos, las lagartijas las recogí y decidí que eso era un regalo para él.

Rossana: Yo siempre andaba pensando que quería llevarme una semilla, un palito, alguna cosa, un regalito. Empezamos a recolectar el primer insecto y pues conseguimos una cajita y empezamos a montar los insectos allí, con las técnicas que yo había aprendido en entomología. La caja era una caja de cassette con una cinta de enrollar. Y con una aguja que encontré yo trataba de abrirle las paticas, las alitas; le mostré a Melitza como se hacía.

Melitza: Y entonces yo empecé a hacer un insectario, empezamos a ver que a medida que yo iba creando esta colección, los guerrilleros iban entrando en un mundo que ellos, teniéndolo al lado, nunca se habían dado cuenta que tenían.

Rossana: Entonces todas las tardes era visita oficial de casi todos los guerrilleros al cambuche de nosotras a ver nuestras cajas con insectos. “Miren las bellezas que hay aquí, ésta es Colombia,” les decía yo.

Melitza: Nosotras tratábamos de decorar nuestra maloca con flores, flores hermosas con colores maravillosos, y entonces ellos, los guerrilleros, también empezaron a traernos flores, y todos los días alguno traía una flor nueva para nuestra maloca.

Diana: El silencio en la selva a veces era muy lindo. Oíamos los ruidos de la naturaleza, los pájaros, el viento, el moverse las hojas de los árboles, nos concentrábamos en todos los sonidos, pero había otros momentos en que era tenebroso porque no escuchábamos nada, era como estar en un hueco, como estar muertos en vida.

Rossana: En nuestros ratos libres, que eran bastantes pués, porque de las cosas que más le angustian a uno en el secuestro es pensar y preguntarse. Y a la vez también uno se pregunta ahora que tengo el tiempo libre que tanto añoraba cuando estaba en la ciudad, que hacer con el. Y así llega uno a profundizar en muchos temas personales, reflexiones de la vida.

Isa: Al principio, los primeros diez días, era el conocernos, y era el cederle el espacio a los demás. Todos tratamos de hacer eso. Pero cuando ya se pierde ese tiempo de de conocerse, cuando ya pensamos que nos conocemos, cada quién empieza a hacer y comportarse como realmente es. Entonces empezamos a tener la guerra por los espacios. Nosotros dormíamos once personas, posiblemente en algo que podía ser cinco metros de largo, sobre el piso. Y entonces, cuando uno se da cuenta que es imposible dormir, siquiera adquiriendo una posición fetal, que la única posición era dormir estirado, cualquier espacio en medio de la noche es vital, para uno cambiar un poquito de posición. Entonces es ahí donde uno empieza a ver que el vecino no quiere ceder y que el vecino conquistó cinco centímetros en la cama, o si eso se puede llamar cama, en el piso, y entonces esa guerra por la convivencia se hace muy difícil. Llegó un momento en que esas diferencias nos condujeron a una situación insostenible. Nos dividimos en dos grupos. Éramos nosotros y eran los de allá. Y empezamos a tener roces y no nos hablábamos. La situación se fue poniendo fea y de a poco todos empezamos a sentir la necesidad de buscar un acercamiento con los demás. A veces alguno se atrevía a poner el dedo en la yaga, a decir: a mí no me gustó eso que pasó, me dolió que tú me hubieras dicho esto o que me hubieras dicho aquello, y fue maravilloso, ver cómo todos empezamos a transformar la actitud hacía el otro. Era posible ceder terreno, era posible reconocer el error, y logramos una convivencia, donde entendimos la importancia de ser tolerante con el otro, donde aprendimos a aceptar que el otro fuera distinto a uno. Y cuando eso se entiende es mucho más fácil convivir, y lo más maravilloso de toda está historia, es que después de los cinco meses, bajamos siendo once hermanos.

Clemencia: Nosotros desarrollamos un ritual para despedir a los compañeros cuando iban a salir a la libertad, era un momento muy intenso entre nosotros. Nos abrazábamos en un círculo muy estrecho, queríamos estar lo más cerca que pudiéramos los unos de los otros. Decíamos nuestras oraciones. Decíamos unas palabras donde expresábamos todo este sentimiento que teníamos hacia la persona que iba a salir. Y la manera de decirle a Dios y de sellar con algo muy fuerte y muy nuestro que nadie más podía hacer, era hacer el rugido del león.

Isa: Todos poníamos todo el esfuerzo, todo, todo lo que nosotros llevábamos dentro en un grito muy fuerte. Y con ese rugido le decíamos a esa persona que se iba, que la estábamos despidiendo en ese momento, esa persona estaba con nosotros, y luego la veíamos que salía caminando con su morral, con los tres, cuatro guerrilleros que la iban a acompañar, y durante unas tres o cuatro veces los que quedábamos hacíamos ese rugido muy duro, muy duro, muy duro para que el que se iba se llevara nuestras voces con él.

Diana: él se hizo muy amigo mío, prácticamente era un pretendiente. Era el acompañante del chofer de una chiva, tenía un hermano que formaba parte de la FARC. Pero él decidió meterse al ELN. Siempre estaba tratando de llamar la atención, de buscar afecto, de sentirse querido. Pero ellos no se pueden dar esos lujos, entre ellos no son amigos, entre ellos pueden ser solo compañeros. Ellos dicen que los compañeros son leales a la organización, más no leales entre los amigos. Un compañero defiende a su organización, me decía “yo aquí el único amigo que tengo es Pablo y en el resto no confio, en nadie, en nadie en nadie…” y durante los cinco meses y una semana que estuve allá, siempre estuvo conmigo y cuando yo me vine de allá pues lloramos y hasta ahí nos llegó la amistad.

Clemencia: Hubo una noche que ya nos íbamos a acostar y uno de los guerrilleros que más conversaba con nosotros nos comentó que a nuestro compañero guerrillero, una persona que desde el comienzo mostró mucho interés por nosotros, que nos quería, nos hacía compañía y nos cocinaba con amor, lo habían ajusticiado. El ya estaba muy cansado y quería salirse ya de la guerrilla, tan es así que el día de mis cumpleaños, como él sabía que a mí me fascinaba como él hacía las arepas, pidió para hacerme el almuerzo, y me lo hizo espectacular, con un amor increíble, lo cual se lo agradecí; después de eso, a él lo sacaron de allí, y esa noche nos comentaron que la guerrilla lo había ajusticiado, por su mal comportamiento
y para mi esa noticia fue muy dura.

Isa: Estábamos muy arriba en la montaña, y hacía mucho frío, y oigo en el radio a un hermano mío que me empezó a hablar muy poéticamente de las mariposas Yo estaba descalza y llegó una mariposa amarilla con los bordes rojos y se me
paró en el pie. Y después, cuando tallamos las piedras, yo le tallé a mí hermano una mariposa en la piedra.

Silvia: Para mí, el llegar de la noche era lo peor del día, porque el frío era aterrador. Nosotros dormíamos muy apretados para darnos calor, pero a veces no era suficiente. Las noches que pasamos en vela fueron casi todas.

Pilar: Caminando en la oscuridad yo llegué a pensar que si caía por un barranco, iba a encontrar la solución; uno de mis compañeros, precisamente, en la desesperación del momento, me dio la mano, y fue como un jalón que me estaba dando la vida. Ese día me acuerdo que me llevó de la mano hasta el lugar donde dormimos.

Silvia: Al término de dos meses y medio ya como las caminatas eran tan continuas, tan largas, mis rodillas empezaron a molestar. Llegó un momento en que era tanto el dolor y la hinchazón que mi rodilla se ponía rígida y ya era imposible doblarla. Entonces uno de los guerrilleros me cargaba a hombros porque yo ya no me podía valer por mí misma.

Clemencia: Nosotros vimos aguas de todos los colores, vimos aguas rojas, aguas doradas, aguas grises, azules, verdes, no es que el agua estuviera teñida de colores, es que las piedras de esos ríos tienen esos colores.

Rossana: Con la naturaleza pasaron muchas cosas. Yo recuerdo que para mí la alegría más grande era cuando llegábamos
a tomar agua, en cada cascada que yo llegaba, en cada río, tomaba agua. Siempre. Y yo me decía, mira Padre amado, si tú me pones esta agua aquí, es por algo y yo la voy a beber para que tú me des fuerzas. Nunca sabíamos cuanto ibamos a tardar en encontrar agua otra vez y de verdad había momentos en que pasaban cuatro horas y no encontrábamos agua. Pero en las cascadas era religioso parar, mirarla, echarnos agua, beber y continuar.

Silvia: El trabajo que hicimos en grupo, el trabajo más importante fue las piedras que recogimos de los ríos, las que veíamos que se podían tallar.

Melitza: Todo, todo, tuvo mucho sentido. Traerle un regalo a los amigos, encontrarle un espacio al tiempo para meditar con tanta esperanza.

Silvia: Alcance a recoger como treinta piedras, que repartí entre toda mi familia, también recogimos los últimos días flores muy lindas, y trajimos el cariño de todos los compañeros.

Pilar: Las noches estrelladas eran tan hermosas… Había miles, miles, miles, millones de estrellas. Y en las noches, cuando no se podía dormir, yo me quedaba viendo al firmamento y de pronto podía ver millones de estrellas fugaces…

Rossana: Con los pájaros hubo otra relación muy hermosa. Yo recuerdo que les hablé mucho. El día anterior a mí liberación llegaron muchos pájaros al frente del cambuche. Yo había estado esa semana enferma de gripa, había estado maluca, y toda esa semana habían estado viniendo muchos, de unos colores espectaculares. Y esa tarde en especial, llegaron con mucha bulla al frente del cambuche y entonces empezamos a hablarles. Yo les dije a mis compañeros, vean, ellos traen un mensaje, algo nos traen, que nos van a contar. Y yo les preguntaba, ¿qué nos quieren contar?, ¿están bien nuestras familias? A bueno que nos vamos a ir, a bueno. Al día siguiente a las 10: 00 a.m. del sábado, me dijo un guerrillero: “Aliste su morral que nos vamos”, y esta despedida fue muy dolorosa, muy dolorosa, y durante todo el camino, durante tres o cuatro horas me acompañaron, hasta llegar a un gran río, tres pajaritos
amarillos, que habían estado todo el tiempo arriba. Yo estoy segura que iban acompañándome, yo iba bajando muy rápido, bajando muy rápido, y ellos iban todo el tiempo cruzándose en el camino. Entonces yo les dije: “Eso era lo que ustedes me estaban intentando avisar, que me iban a acompañar, ¿y hasta donde me van a acompañar?” Todo el tiempo les hablé, de manera que los guerrilleros me miraban pensando, pues cómo se enloqueció esta vieja.

Pilar: Un pájaro, que cuando comenzamos a caminar nos acompañaba en cada uno de los campamentos donde nosotros íbamos, nosotros decíamos que era el Espíritu Santo que nos estaba acompañando. Era un pájaro negro, de pico anaranjado, y ese pájaro moviéndose increíblemente de campamento en campamento, y podíamos pasar diez o doce horas caminando que no nos dejaba. El pájaro llegaba a donde nosotros nos acampábamos y nunca nos abandonó, hasta cuando llegamos al último campamento antes de la libertad.

Isa: Nosotros estábamos en las orillas de un río, y nos llevaron caminando por entre el agua, porque normalmente caminábamos por en medio del río, sorteando las piedras, las piedras eran resbalosas y uno sentía que se iba a caer.

Isa: Pero aprendimos a caminar por ahí y ese día caminamos por en medio del agua y el río se iba haciendo cada vez más profundo, y el agua nos llegaba casi hasta la cintura. De ahí nos sacaron y empezamos a subir río arriba, era una quebrada que caía en ese río donde estábamos, y empezó a llover torrencialmente. Había mucho barro.

Isa: Nosotros íbamos con la ilusión de llegar al encuentro con nuestros compañeros, era siempre como sí estuviéramos caminando hacia la libertad, caminábamos y caminábamos, y por más que hubiera barro y lluvia y frío nosotros seguíamos y la esperanza nos daba aliento y energía para seguir caminando. Cuando de pronto llegábamos a la mitad de la nada, a la orilla de un río muy lindo que tenía unas piedras doradas, entendimos que simplemente llegábamos a eso, a la orilla de un río.

Clemencia: Yo empezaba a llorar y a llorar y llorar, y yo les decía: “Yo me quiero morir.”

Isa: Y una vez estábamos en medio de esa película cuando apareció una guerrillera que salió del monte, una mujer hermosa, era una negra de unos quince años, con una dentadura muy blanca, la reacción inmediata fue hacer ese saludo como un rugido de un león, que inicialmente fue un bostezo y fue adquiriendo un volumen muy grande, y al final ése era nuestro código secreto. Entonces Luis hacía el rugido del león, y cuando nosotros oímos en el monte allá lejos la respuesta de os compañeros nuestros que venían bajando haciendo su rugido del león, eso fue… de verdad fue muy…

Pilar: El día que Omar sale del campamento, ese día ya el rugido del león tenía una fuerza; el era el primero que salía a la libertad y, a partir de ese día, cada día el rugido nos unía más, cada día más el rugido se fue convirtiendo en nuestro grito de libertad.

Rossana: Jueves 12 de agosto, 75 días, hoy amanecí mejor, gracias a Dios, le pedí a la Virgen anoche por mi salud. Entre todas empezamos hoy a componer el manual del secuestrado. Nos hemos reído mucho… Era una lista sobre todas las cosas que uno debe llevar. Dada la situación de este país, que uno no sabe en qué momento te van a llevar o te van a secuestrar, entonces es importante listar todas las cosas que nos van a hacer falta allá. Un cepillo de dientes, unos calzones o calzoncillos, si es un varón; debe cargar un cancionero que es vital, debe cargar crema dental, debe cargar el libro que nunca ha leído y que quiere leer, cargue, ojala, una almohada que sea inflable porque le va a hacer falta una almohada.

Rossana: Recuerdo una de las compañeras que nos hacía reír y reír hasta que no podíamos más. Ella nos decía, miren, cada mes usted y su familia y todos sus vecinos métanse a la cama, a la cama del matrimonio y empiecen a ver cómo empiezan a voltear a media noche, primero a la izquierda, luego a la derecha, coordínense, y usted ya se va preparando para el secuestro. Una vez al mes métase en la nevera, sienta el frío que le cala hasta los huesos. Una vez al mes haga un barro, haga de cuenta que tiene cerdos en su casa y métase allí embárrese, así que se sienta lo más horrible del mundo entero, eso es parte de la preparación que hay que hacer para el secuestro. Sobre las comidas igualmente, prepárese una vez al mes una comida espantosa, eche espaguetis y lentejas en el mismo pote y échele manteca toda la que quiera y cómasela, delicioso, imagínese que se está comiendo un gran manjar, así se va preparando para el secuestro. Y esas eran las cosas que nos había tocado vivir y que lloramos viviendo eso, o sea cuando vivimos ese momento lo lloramos intensamente. Luego de haberlo llorado, reirnos y escribir sobre eso nos ayudaba.

Vista de instalación

Centro Cultural Palatino, Pasto, Nariño, Colombia, 2019